Friday, March 30, 2007

Arte cama adentro

Durante dos semanas, 18 artistas argentinos y extranjeros
se hospedaron en un hotel de Ostende, cerca de Pinamar.
Lejos de las galerías y los museos,
produjeron más de 30 obras y




























Friday, March 16, 2007

UBA, MAIMONIDES, PALERMO, UADE

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Jean Baudrillard o el encanto del lenguaje

El pensador francés, fallecido la semana pasada, se valió del silencio y de la palabra para captar y expresar el sentido de los hechos que aún no habían terminado de constituirse.Cuando un diálogo termina, no es el silencio anterior lo que queda. Queda un silencio expandido, un silencio desconcertado que, como si él mismo extrañara algo, preserva la forma y el hueco de lo que culmina. Una forma que empezó algo más de veinte años atrás, en una librería, donde quedé varias horas paralizado leyendo El intercambio simbólico y la muerte .Sólo había escuchado una referencia a Baudrillard de parte de mi amigo Luis Jalfen. Había allí y en sus otros libros una escritura sin concesiones ni relleno, y una lucidez implacable. Se trataba de una escritura que levitaba el sentido de las cosas mediante la singularidad poética de su análisis. No podía imaginar qué rostro, qué voz, o qué mirada podían estar detrás de ella. Luego de un tiempo, en una iniciativa algo quijotesca, envié una carta dirigida a Jean Baudrillard, en la que le proponía visitarlo en París. La cálida respuesta no se hizo esperar. Cuando abrió la puerta de su departamento, le dije: "Su obra me ha provocado insomnio". Y me contestó con una sonrisa: "A mi es lo que me ha permitido dormir".Pero también, cuando un diálogo termina, la palabra queda expandida, porque ninguna cosa significa ya lo mismo. Ninguna cosa queda intacta luego de un pensamiento que reenvía vertiginosamente el mundo a su estado de ilusión y de signo puro, a su forma de inocencia cruel y dual, un pensamiento que devuelve el mundo a su forma iniciática, a su estado de inocencia, anterior a toda acusación, anterior a toda búsqueda de transformación, y anterior también a su exterminación. Su escritura parecía la homologación, en su mismo transcurrir, del movimiento del mundo, y era la desobstrucción en el plano del lenguaje, del flujo de la ilusión. La lectura del mundo en Baudrillard no parecía estar hecha desde afuera sino desde adentro de las cosas, en su forma pre-constitutiva.Baudrillard confesaba que no podía ser infeliz. Nunca se quejó a lo largo de su larga enfermedad. Se mantenía inalterable, tal como era él, con una serenidad admirable. Aunque le dijera a Paul Virilio hace pocos días "Creo que el sufrimiento no terminará..." Tras unos gruesos anteojos, Baudrillard era un hombre de mirada traslúcida y calma, aunque tan aguda que uno sentía que veía simultáneamente las cosas del derecho y del revés. Su mirada que transparentaba aquello en lo que se posaba, fuera un objeto, un evento, o una idea. Era una mirada que combinaba sus raíces campesinas, de las que estaba orgulloso, con la máxima sofisticación del pensamiento. Esa visión del mundo y su lectura de los acontecimientos en tiempo real es algo que vamos a extrañar. Porque la realidad está hoy envasada al vacío, busca ser preservada a largo plazo, y de este modo ha desaparecido el oxígeno que permitía su combustión. El pensamiento de Baudrillard funcionaba como una bocanada de ilusión que regeneraba esa combustión.Sorprender las cosas en el umbral, antes de que hayan asomado su rostro al sentido, es propio de la poesía y no es habitual en el ámbito de la teoría, salvo en aquellas modalidades cercanas al aforismo a la que nos introdujeron tempranamente los pensadores presocráticos y, más tardíamente, Nietzsche. Sorprender las cosas antes de que sean convertidas en un excedente de sí mismas, captar una instantánea de ellas en su desnudez, sustraerlas al ropaje del sentido, requiere una forma particular de pensamiento y de lenguaje, y una secreta complicidad entre la forma y el contenido. Requiere una forma de intersección con el lenguaje, nunca la conversión del lenguaje en una mera herramienta. La escritura de Baudrillard opera como una forma de seducción del lenguaje, una forma de encantamiento del lenguaje para consigo mismo, una forma de cavar un hueco en el que cae por su propio peso la significación. Es que el lenguaje huye desesperadamente de la saturación, de su circulación enloquecida, huye de la expresión que quisiera hacer de él una herramienta de estratificación del mundo. El lenguaje se refugia, así, en su propia sacrificialidad.Este aspecto sacrificial atraviesa la obra de Baudrillard, obra que deja un espacio generoso y abierto para quien piensa con sus textos. Uno siente que libros enteros han quedado sacrificados por algunos párrafos, uno siente que párrafos enteros han quedado sacrificados por algunas líneas. Esto rodea la expresión de Baudrillard de una forma del silencio, que no es el silencio de lo que ha sido callado, sino que es el silencio de lo que ha sido sacrificado. El silencio de lo que es callado siempre puede ser ocupado por cualquier forma del sentido, el silencio de lo que es sacrificado crea, en cambio, una forma del vacío que absorbe todas las formas de pretensión del sentido.Baudrillard desarrolló, a la vez, una velocidad en el lenguaje y el pensamiento que pulverizaba a su paso el valor y el sentido. Del mismo modo que cruzar el umbral de la velocidad del sonido produce un estampido, en su caso los conceptos clásicos nacidos bajo el imperio irreversible del valor son acelerados y desintegrados en su obra por la transposición de un umbral que los devuelve a la apariencia pura. "Hay cosas que no proceden por la vía del sentido sino por la vía ultrarrápida de la apariencia", decía, en una definición aplicable a su propia escritura. Pero así como su pensamiento procede por aceleración, procede también muchas veces mediante una forma de brusco freno a través del cual los objetos constituidos salen despedidos por el parabrisas del sentido. En todo caso, el secreto de la escritura de Baudrillard no fue nunca adoptar la misma velocidad que lo real.El proyecto operacional, la calcificación del mundo bajo el concepto de realidad están acompañados por una masa de adeptos a lo real, quienes escuchan el anuncio de su desaparición entre incrédulos y escandalizados. No se trata siquiera de un fanatismo: en el fanático subyace al menos la secreta duda de que su objeto exista. La insolencia de poner en duda lo real lleva naturalmente a las indignadas preguntas: ¿cómo es que la Guerra del Golfo no ha tenido lugar, señor? ¿No ha visto usted los muertos? ¿Cómo dice usted que la realidad ha desaparecido? ¿No toca acaso todo lo que lo rodea? Y otras que traslucen una ironía banal, cuando no estúpida: ¿no cruza acaso usted la calle con cuidado? O aquello que señaló alguna vez, Kostas Axelos, en Buenos Aires, ante una pregunta acerca de si las cosas hablan, si las cosas son lenguaje: "No se me ocurriría ponerle un grabador a una piedra". Una porción no menor de la lectura de Baudrillard queda atascada en este escollo básico. La forma más elemental de superstición de una realidad objetiva es el horizonte insuperable, porque pareciera vedada la comprensión de lo real precisamente como un horizonte arbitrario. Estos malentendidos básicos llevaron a Baudrillard a decir: "Cuando se dice que la realidad ha desaparecido, no es que haya desaparecido físicamente, es que ha desaparecido metafísicamente".Baudrillard introdujo en su propia escritura la idea del Mal, tal como la entendía él mismo: no como una realidad objetiva sino como una inteligencia secreta de la dualidad. De este modo, su escritura se acerca a la idea de mimesis -no en la forma soñada por Aristóteles- sino una mimesis, en el despliegue del lenguaje, del movimiento del mundo. Mimesis de la obra de Baudrillard con la ilusión misma, a través de una escritura que carece de excedente, y que no toma nunca el sentido desde su centro: lo circunvala hasta abismarlo, de lo cual extrae su potencia y, también, su dicha.Los días en que nos encontramos en París para grabar las conversaciones que serían la matriz de nuestro libro Los exiliados del diálogo, fueron una expresión de amistad entrañable. Como lo fue aquella inolvidable semana en que recorrimos juntos Salta y San Juan, atravesando el paisaje completamente irreal del Valle de la Luna. Aquella belleza desolada, aquellas formas fantasmáticas creadas por la erosión de los años, parecían estar fuera del espacio y del tiempo, y parecían completamente inmóviles. Pero sabemos que, en secreto, siguen su mutación. Aunque la muerte parece también confinar las cosas a la inmovilidad, también la obra de Jean Baudrillard seguirá su secreta mutación. Decía Huidobro a Mallarmé: Tus secretos siguen tu destino/Maestro del abismo y de las naves olvidadas/Oye el saludo del horizonte al horizonte/Es la muerte que se hace más grande que la vida/Al llevarse a un hombre de tan hondo universo.

Fuente:Enrique Valiente Noailles
La Nación